Como cada tarde, Dorotea y su
guitarra, se encaramaron sobre el pilón granítico que se hallaba en la esquina
del parque.
Las notas de la guitarra y su voz
comenzaron a viajar, llenando cada resquicio de ese pequeño rincón olvidado del
parque alejado del tumulto, como un
mundo aparte, el particular mundo de Dorotea.
Como cada tarde Jacobo, desde que
la descubrió, no dejó de acudir a esos recitales improvisados.
Dorotea daba rienda suelta a su
pasión, Jacobo, atraído, abría las puertas de su corazón. Dorotea representaba
su anhelo, lo que siempre quiso ser. Jacobo cada vez que la escuchaba dejaba
parte de si, moría un poco. Moría de emoción pero no le importaba si ello
significaba un paso para la inmortalidad, la de ella. No se trataba de amor,
solo admiración.
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