Erase un lugar, no llamado Hamelín, donde apareció
también un hombre taciturno, alto y en cierto modo desgarbado que, con su
particular flauta, encandiló a las gentes de ese lugar prometiéndoles ayudar a
cruzar el río para situarlos en la otra más próspera orilla.
Las
turbulentas aguas que durante años pasaron socavaron los cimientos del puente
por el que debían cruzar. Prometió apuntalar el puente, pero no resistió la
avalancha. Poco a poco el puente se desmoronaba y las gentes caían al agua
siendo arrastrada por la corriente. Los que quedaron aún en la orilla
intentaron cruzar también por otros medios, en balsas, en lanchas, atados con
cuerdas, a nado, pereciendo la mayoría en el intento.
Los prohombres
del lugar, en su día acordaron también pagarle cien monedas de oro por el éxito
de su misión.
Pese al
resultado fallido, los prohombres del lugar si tuvieron a bien pagarle las cien
monedas prometidas. El hombre alto y
taciturno, cumplió.
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