El niño quería escuchar un cuento, como todas las noches. Su
madre al borde de la cama tomó un libro de cuentos y se dispuso a leer uno al
azar: los tres cerditos.
“En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran
hermanos.......”
-No mamá, así no.
-¿Por qué, así no?
-Porque falta “Érase una vez”. Si no, no es cuento.
-¡Claro que es cuento!. Érase una vez, es una forma de
empezarlos, pero no es necesario que comiencen así.
-No se, pero a mi me gustan así.
El niño quería
escuchar un cuento nuevo, que no estuviera en el libro de cuentos. La madre,
desprevenida, quedó con la mente en blanco. El niño, salió en su auxilio,
quería escuchar un cuento sobre estrellas que sabían nadar.
La madre, le dijo que las estrellas eran luces que estaban
en el cielo, muy lejos de aquí, y no sabían nadar.
Y empezó a contarle:
“Érase una vez,
en el cielo, la Osa mayor y la Osa menor, son estrellas que cuando se aburren
juegan a formar figuras, las otras estrellas saltan de una a otra, y se lo
pasan muy bien. Y las estrellas fugaces, que son estrellas que juegan al
escondite, y van tan rápido porque son muy veloces, para que no las pillen. Y
el Sol también es una estrella
muyyyy... grande y que gracias a él estamos vivos....”
La madre se defendía como podía y el niño atendía con
interés.
-Pero mamá, las estrellas saben nadar, porque no se
ahogan, quiero que me cuentes cómo aprendieron a nadar.
-No hijo mío, en todo caso las estrellas saben volar,
como los pájaros. Solo tienes que levantar la vista al cielo y enseguida lo
comprobarás.
-Si mamá, saben volar, pero también saben nadar, y yo
puedo enseñártelo.
La madre, empezaba a preocuparse porque, a su buen entender,
los cuentos son parte de la imaginación, los niños así lo comprendían, y el
empecinamiento de su hijo la intranquilizaba.
Con la promesa de que al día siguiente le daría la
oportunidad de enseñarle que las estrellas saben nadar, y tras el “Colorín
colorado”, porque así debían terminar los cuentos, según el niño, se durmió.
A la mañana siguiente, al niño no se le había olvidado la
promesa que su madre le había hecho, y ésta debía cumplir su palabra.
-¿Cómo vas a demostrarme que las estrellas saben nadar?
-Al atardecer, cuando anochezca, quiero que me lleves al
mar.
Así lo hizo la madre, vivían cerca de la costa, el cielo
estaba estrellado. Se acercaron al mar que estaba tranquilo, sin apenas oleaje.
La madre pudo contemplar el reflejo de las estrellas en el agua, y pudo
comprobar que su hijo no mentía. Las estrellas sabían nadar.
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