Capítulo III del cuento "La Leyenda de Gustavo Sol" de LZC
Gustavo
Sol seguía ajeno a cuanto a su alrededor pasaba. Encerrado entre paredes al
viento, permanecía desnudo ante la vida en cuerpo y alma. Conforme crecía, de
igual manera lo hacían sus atributos. Desde pequeño se acostumbró a vivir como
su madre lo trajo al mundo y para su familia se convirtió en algo absolutamente
natural. De igual forma, la gente no veía en ese detalle nada obsceno y de mal
gusto, todo lo contrario, se convirtió en un símbolo que atrajo a otro tipo de
gentes que lo idolatraron. Lo convirtieron en algo parecido a un dios,
surgiendo al amparo de su figura una corriente
fanático-religiosa que lo santificaron. Cada vez llegaban más gentes, de
remotos lugares, a rendirle culto esperando ansiosos que en algún momento les
dirigiera una simple mirada. Pero Gustavo Sol jamás clavó su mirada en nadie,
es más, con seguridad era desconocedor de lo que a unas decenas de metros estaba ocurriendo y precisamente era esa
indiferencia suya la que mantenía viva la desmedida pasión por su ser.
La ciencia volvió a retomar su interés
por él tratando de convencer a Jacinto y Adoración para que les permitiesen
estudiar más de cerca a Gustavo Sol. Los científicos querían llevarlo
nuevamente a sus laboratorios para observarlo, para analizarlo y dar con una
explicación racional al fenómeno excepcional que representaba. Se trataba de un
reto porque para un científico la respuesta a cualquier interrogante estaba en la
tierra, solo se precisaba tiempo para encontrarla. Pero estas peticiones
siempre fueron rechazadas, sobre todo ante la firme oposición de Aurora. Y fue
a raíz de estas negativas cuando el mundo científico decepcionado empezó
declinar nuevamente su interés por Gustavo Sol. Mientras la ciencia se hizo a
un lado, el movimiento fanático-religioso se iba fortaleciendo porque éstos no
necesitaban respuestas, simplemente buscaban su presencia, para éstos no eran necesarias explicaciones ni convencimientos, lo consideraban como algo sobrenatural, él mismo era la respuesta y ello les bastaba.
A pesar de sus esfuerzos, para los
Porriño, la situación generada se había vuelto difícil. El continuo asedio a
que estaban sometidos por todas partes se hacía insoportable y comenzó a hacer
mella en su voluntad. Jacinto enfermó y a pesar de los muchos esfuerzos de los
médicos, no se pudo hacer mucho por él, murió. Para Adoración fue el primer
golpe duro que le dio la vida, lo vivido hasta ahora podía considerarlo como
una circunstancia del destino, dándose cuenta en este momento que ese hombre
frágil, poca cosa, cargado de defectos,
había supuesto un importante punto de apoyo y motor de su propia vitalidad.
Nunca imaginó lo mucho que lo quería y la felicidad compartida durante tantos
años.
Con la muerte de Jacinto todo se
derrumbó. Con Rosendo lejos, Anunciación en el asilo muy mermada y postrada en
una cama para el resto de sus días y Gustavo Sol que seguía en su mundo, era
Aurora la única que no perdía la compostura, con el espíritu fuerte y las ganas
de luchar por una intimidad imposible. Adoración ante tal panorama entró en una
profunda depresión abandonándose a su propio destino. Solo pensaba en qué sería
de Gustavo Sol cuando ella faltase y sobre todo en su hija Aurora. Esa niña que
fue mujer antes de tiempo y que aún no había conocido el amor:
-¿Qué sería de su vida?-,se obsesionaba ante esa incertidumbre.
Hasta el presente siempre fue un continuo
sacrificio en beneficio de los suyos, sin ninguna ambición personal, sin pedir
nada a cambio. La duda de Adoración se reflejaba en la eterna pregunta que
siempre se hacía en sus adentros:
-¿Hasta cuando aguantará?.-
Ese día llegará tarde o temprano, Adoración estaba segura de ello, porque ella misma
estuvo varias veces en la línea de separación entre permanecer o escapar de aquel infierno, pero abandonar dejando
parte de su sangre al buen destino no era propio de una buena madre y esposa.
Continuó luchando, pero comprendía que el cariño de hermana nunca se podrá
comparar al de una madre; en algún momento tocaría fondo y lo comprendería. El
corazón de Adoración no aguantó, y emprendió el vuelo hacia una nueva vida.
Antes, en el lecho con el último estertor, le dijo a Aurora que su vida le
pertenecía y no quería que la desperdiciara. Cualquier decisión que tomase
sería de su aprobación, y que no dejara paso a los remordimientos porque
bastante había hecho por ellos y no era la culpable de haber sido tocados por
el destino en un de sus inexplicables designios.
Gustavo Sol que apenas había mostrado
afección alguna con la paulatina ausencia de sus allegados, se afligió con la
muerte de su madre. Cuando se la llevaron se sentó en su trono salmón y
levantó, quizá por vez primera, la mirada hacia el horizonte y sintió extrañeza
ante el cambio que en el transcurso de unos años se había experimentado a su
alrededor. Vio como la ciudad estaba más cerca, vio como la gente iba y venía.
Observó atónito esa gran alameda llena de farolas que cuando allí tocaba la
noche se iluminaban, los locales de ocio, los tenderetes, aquellos niños que se
acercaban más de lo permitido y que se reían inocentemente al ver un hombre
desnudo. No entendía realmente lo que allí estaba pasando, sintiéndose como un
animal enjaulado que todos van a admirar, y por primera vez dirigió la palabra
a su hermana Aurora como un niño que acaba de despertar:
-¿Por qué estoy desnudo?-.
-¿Qué hace
toda esa gente mirándome?-.
Esta quedó compungida observándolo sin saber qué contestar a unas
preguntas tan simples,
-¡Nada!. Solo pasean-.
Le dio un batín con el que se cubrió
sus vergüenzas y, cogiéndolo de los hombros, se metieron en la casa. Allí le
dijo que había estado enfermo durante muchos años (qué otra cosa podía
contarle), que su hermano Rosendo estaba viviendo lejos de allí, que sus padres
estaban en el cielo disfrutando de la eternidad, y que ellos pronto se
marcharían de ese lugar, a una ciudad lejana y muy grande, donde nadie los
conociera, donde pudieran perderse por cualquier rincón sin que nadie volviese la cabeza para observarles.
Pasaron
unos días y con lo más indispensable en unas mochilas, Aurora y Gustavo Sol,
salieron de la casa de la luz aprovechando la oscuridad de la madrugada sin
volver la vista, emulando aquella cita bíblica para no quedarse petrificados,
con la intención de perderse para el resto de su existencia y sin preocuparse
de ser señalados por doquier sus pasos los llevaran. Esa luz de linterna
permanente que duró mas de treinta años
y que fue objeto de muchas observaciones y estudios inacabados se apagó, y
empezó a llover en ese reducido espacio. La gente se agolpó en las
inmediaciones extrañada por el nuevo suceso atreviéndose a merodear por la casa
y vieron que allí no había nadie. Dieron aviso a las autoridades que de
inmediato iniciaron una búsqueda por todas partes, de Gustavo Sol y su hermana,
sin éxito. Aquel suceso que durante años era su principal fuente de ingresos
amenazaba con la ruina de una ciudad que tanto gastó para atraer a las gentes.
Era necesario tomar medidas para que no se volviese en su contra y, tras largas
deliberaciones de los estamentos de poder, decidieron elegir a una persona como
la receptora de unas revelaciones del propio Gustavo Sol en las que le comunicaba
la llamada de su poderoso protector para reunirse con él. Y que, en lo
sucesivo, esa persona debía servir de enlace entre sus revelaciones y sus
adeptos. Así lo hicieron y esa pequeña corriente casi religiosa que tiempo
atrás ya se había formado y que prácticamente lo santificaron, tomó más fuerza,
y se formó una corriente entre sus seguidores, auto-bautizados como los
Gustavianos. Prácticamente se convirtió en un Dios y tuvieron que idear un
símbolo y darle una ubicación que sirviera como referencia y punto de
encuentro. Levantaron una gran estatua similar al recuerdo de porcelana que
tanta aceptación tuvo en su momento en un lugar junto a La Casa de la Luz; y
que, desde su atributo de piedra granítica, manaba una corriente continua de
agua a la que le atribuyeron poderes curativos, convirtiéndose en un lugar de
peregrinaje al que acudían desde los lugares más remotos. La idea de aquellos
gobernantes tuvo buena recompensa porque las gentes continuaron viniendo, y
frente a la estatua depositaban flores mientras musitaban una oración pidiendo
la curación de sus dolencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario