El andén de la estación

Del andén de la estación parte el tren. Viajar en tren es compartir, conocer gente y lugares. Este blog es como un tren, donde todo cabe y al que todos pueden subir.

viernes, 13 de abril de 2012

¡Dulces sueños!


¡Dulces sueños!. Le dijo la madre al hijo mientras, al unísono, arropaba y daba un beso en la frente.
El hijo, con apenas seis años, no acababa de entender eso del soñar. No sabía distinguir si era algo bueno o malo, y solo con pensar que iba a soñar le procuraba intranquilidad.
La madre le quiso hacer  entender que los sueños eran como una prolongación del día. Si te habías portado bien tus sueños serían agradables, si te habías portado mal no lo serían tanto. También que, de alguna manera, cada cual podía elegir sus sueños, bastaba con pensar en algo alegre y seguro que así también lo serían sus sueños. Y como moraleja: si era bueno sus sueños siempre serían dulces y agradables.
El niño no creyó las palabras de la madre. La noche anterior soñó que un enorme conejo, igual que un peluche que tenía al pie de la cama, se pasó todo el tiempo persiguiéndole porque quería comérselo, hasta que sobresaltado se despertó. Y él, el día anterior se había portado bien, y  los conejos no le daban miedo.
La lógica de su joven cerebro le dictaba que las palabras de su madre no se correspondían con la realidad de sus sueños y, por lo tanto, para no soñar debía permanecer siempre despierto.
Desde ese mismo momento decidió que se dormiría pensando que estaba despierto.

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