La una de la madrugada, noche silenciosa,
la mirada extraviada sobre un cuadro cualquiera de la pared y sobre la mesa dos
libros bajo la amarillenta luz del flexo descansan. Una lejana música
sacramental deja oír su llanto, contrastando su canto con un reloj y su suave
tic - tac. Un cenicero, dos colillas, una foto en su marco de metal y el
profundo suspirar de un sueño celestial.
¡Qué difícil concentrarse!. Noche tras noche, todas igual. Padres en la
habitación contigua, temporalmente la abuela en la mía y un sofá cama tras la
mesa, en éste salón, espera a que mis ojos sucumban de cansancio o de desesperación. Difícil concentrarse pero no
queda otra, tesón ante la adversidad, sacrificio para la esperanza.
Una radio caset con cintas de Pink Floyd y Supertramp, bajito para no molestar y no desconcentrar,
otro cigarro humeante y ...adelante, no queda más remedio, cojo un libro, hay
que ponerse a estudiar.
Las dos de la madrugada, noto la boca reseca con sabor a nicotina, poso
la mirada sobre el libro, me deprimo, sigo en la primera página. Voy a la
cocina y bebo un gran vaso de agua fresca. Enciendo otro cigarro y mientras se
consume observo la calle solitaria a través de la ventana. Vuelvo a sentarme,
de nuevo el libro ante mí. Rebobino la cinta del caset, vuelvo a pulsar el
play, y vuelta a empezar.
Las tres de la madrugada, poso la mirada sobre la foto en el marco de
metal permaneciendo unos minutos observándola. Dirijo de nuevo la mirada sobre
el libro, voy por la segunda página. De nuevo me deprimo, de nuevo voy a la
cocina y vuelvo a beber otro gran vaso de agua fresca pero esta vez no quiero
volver a fumar, la calle sigue desierta. Unos segundos de meditación y,
decidido, vuelvo a la mesa. Cierro el libro, apago la luz del flexo y me tumbo
en el sofá cama. Una noche perdida, mañana será otro día.
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