Hace mucho tiempo, sobre los años 60, cuando los españoles estaban obligados a emigrar por pura necesidad, de lo cual las actuales generaciones saben poco, un hombre, Pepet, mi padre, con su maleta a cuestas y su macuto iba rumbo a Francia a trabajar en la obra.
Un macuto, para quien no lo sepa, era como una mochila de forma más o menos cilíndrica con un pequeño compartimento en un lado. En él solían llevar comida para el largo viaje. A la altura de Castellón, después de haberse comido el bocadillo correspondiente, al bueno de Pepet se le ocurrió sacudir las migas que dentro del macuto podían haber quedado. Bajó la ventanilla del tren y sacudió el contenido al exterior. Apenas realizada ésta acción, ...¡horror!, en el compartimento del macuto tenía el pasaporte que se fue volando.
Tuvo que bajarse en la siguiente estación, creo que ya de noche, y andando por la vía salió a buscarlo.
Lo que parecía imposible, parece que el destino no quiso cebarse con él, y logró encontrarlo. Hasta tuvo tiempo de coger el siguiente tren y lograr reunirse en la frontera con sus compañeros de viaje.
Muchas veces nos contó esta aventura, o desventura, que aunque parezca inverosímil, fue real. Posiblemente el tren no quiso abandonarlo a su suerte, imaginad su congoja y todo lo que por su mente pasaría. Muchas podían ser las consecuencias de la pérdida del pasaporte. Perder un trabajo estacional, clave para subsistir y seguir luchando en la vida.
La suerte muchas veces no es circunstancial, en ocasiones no abandona a quien la merece, pero para ello hay que cultivarla.
Luis, esta entrañable historia que Pepet tú padre te contó y que tu
ResponderEliminarrecuperas de tu memoria, me ha conmovido y me transporta aquellos
"años 60" cuando las estaciones estaban llenas de emigrantes, que
se iban por necesidad y que cada uno sufriría su percance. Aunque
el percance de Pepet, debió de cortarle la digestión de la merienda......
un beso.